Confinamiento y comida, una mezcla explosiva

03.04.2020

Desde que el gobierno decretó el estado de alarma en nuestro país el 13 de marzo de 2020, el consumo de productos ultraprocesados, preparados y harinas para repostería se ha disparado (también el consumo de bebidas alcohólicas), como constatan las cifras de ventas en los supermercados. El hecho de tener más tiempo para cocinar, en algunas personas no ha supuesto precisamente la mejora de los hábitos alimenticios.

En este momento las emociones están disparadas: el miedo, la rabia, la tristeza... pueden apoderarse sin que nos demos cuenta de nuestro mundo y es tentador gestionarlas con un recurso que la gran mayoría tenemos de manera fácil y accesible.

De acuerdo con el Dr. Ken Stephenson, un psicoterapeuta especializado en el tratamiento de desórdenes alimenticios, «Las personas con trastornos alimenticios tienen el índice de mortalidad más alto de todos los pacientes psiquiátricos". Por lo tanto, no es una cuestión ni mucho menos baladí.

La relación que mantenemos con la comida es un reflejo de la relación que mantenemos con nosotras mismas y con el mundo. Lo habitual es que esta relación pase desapercibida, principalmente porque las conductas asociadas a la alimentación desde que adquirimos un producto hasta que finalmente es consumido suelen ser poco conscientes. Pasa desapercibida hasta que esas conductas comienzan a suponer un riesgo para la salud física y psicológica, tanto para la persona que lo sufre como para los que le rodean.

Entorno a la comida, y a través de la comida misma, podemos recibir y transmitir ideas, sentimientos, valores, actitudes..., que comienzan a aprenderse en el núcleo familiar y que forman parte de una cultura determinada. Es algo muy habitual que los padres, de forma muchas veces inadvertida, refuercen o castiguen una conducta a través de la comida, por lo que es un acto que está asociado desde edades muy tempranas con el vínculo afectivo materno-paterno filial.

Actualmente nos encontramos con un aumento preocupante de TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria) a nivel general en los países occidentalizados (parece un tópico de tanto escucharlo, pero es así de cierto: mientras medio mundo se muere de hambre, el otro medio enferma por comer compulsivamente o restringir la ingesta de calorías de manera radical).

Los tipos de trastornos de la conducta alimentaria han ido evolucionando desde su aparición en los años 30 (Ryle, Sheldo y Berkman) y desgraciadamente se han ido incorporando nuevas variantes de un mismo problema de fondo. La clasificación actual es la siguiente:

  • Anorexia nerviosa: miedo intenso a ganar peso, distorsión de la imagen corporal
  • Bulimia nerviosa: episodios de atracones recurrentes acompañados de conductas compensatorias (vómitos, laxantes, ayuno, intenso ejercicio físico)
  • Trastorno por atracón (recientemente incorporado al DSM-V, manual de referencia para el diagnóstico de trastornos mentales): episodios de atracones frecuentes no acompañados de conductas compensatorias
  • TCANE (trastornos de la conducta alimentaria no especificados): cuadros de anorexia o bulimia nerviosa incompletos, pero no por ello menos graves.

    Aunque la Obesidad (exceso de grasa en el cuerpo con aumento de peso corporal y riesgo para la salud psicofísica del individuo), no entraría dentro de la lista del DSM-V, desde luego es una enfermedad en la que la alteración de la conducta en relación a la comida es más que evidente y no todos los profesionales estamos alineados con esta clasificación.

En España, tras la aplicación del EAT, test de actitud hacia la comida, se deduce que casi un 9,8% de las mujeres y un 1,2% de hombres padecen algún tipo de trastorno de TCA, que evidencian una relación disfuncional, por exceso o por defecto, con un acto tan básico y primario, pero no por ello falto de significación, como es el alimentarse.

Como en muchas otras áreas, en este caso las mujeres recibimos más presión social para cumplir una serie de estándares (recomiendo la visita al video en Youtube "El maltrato sutil" de Diego Jiménez), y por ello uno de los factores biológicos predisponentes para sufrir este tipo de trastornos, es, precisamente,ser mujer.

Otro factor biológico predisponente de gran relevancia es tener una edad comprendida entre los 14 y los 18 años. La pubertad es una etapa llena de cambios y de vulnerabilidad emocional, por lo que mantenerse a salvo de las presiones sociales (televisión, grupo de iguales...) es más complicado.

Ante esta realidad, ¿qué podemos hacer como padres, educadores, profesionales...?

Ante todo, tomar conciencia de que son enfermedades multifactoriales y que hay una serie de influencias ambientales y socioculturales difíciles de cambiar. El mensaje de los medios de comunicación acerca del ideal de belleza no deja lugar a dudas, y cómo se conecta esta imagen con el éxito personal y profesional también.

Sin embargo, estamos bombardeadas por mensajes contradictorios: por un lado el ensalzamiento de la delgadez, por el otro, una provocación constante hacia el consumo de alimentos muy apetecibles. Un gran porcentaje de los anuncios ofertados en televisión corresponde a productos alimentarios y dada la gran influencia de la publicidad en los niños, los hábitos alimentarios infantiles pueden estar, en gran parte, condicionados por la publicidad.

Hay realidades en las que es muy difícil participar (publicidad, series de televisión, películas...), porque su modificación no depende en gran parte de nuestra actuación directa (aunque siempre podemos denunciar como ciudadanos aquellas prácticas que nos resulten poco éticas. Recomiendo la visita a la web https://www.elpoderdelconsumidor.org como ejemplo).

Pero la buena noticia es que existen factores familiares, psicológicos y de personalidad donde sí se puede interceder de cara a la prevención y/o el tratamiento. Estos son sólo algunos de los factores psicológicos que pueden predisponer hacia un trastorno alimentario, en los que sí podemos intervenir:

  • Baja autoestima
  • Dificultad o incapacidad para expresar emociones (sobre todo las negativas: ira, miedo, culpa, vergüenza...)
  • Baja tolerancia a la frustración
  • Perfeccionismo y autoexigencia
  • Necesidad desmesurada de recibir la aprobación de los demás
  • Inseguridad, timidez

Entre los factores familiares podemos destacar:

  • Conflictividad familiar o conyugal
  • Padre o madre controladores, invasivos, sobreprotectores o rígidos
  • Obesidad en la familia
  • Escasa comunicación entre los miembros
  • Incapacidad para la resolución de conflictos

El primer paso es detectar, bien en nosotras mismas, bien en nuestro entorno más cercano, si alguna de estas características forma parte de nuestra manera de estar en el mundo. Darnos cuenta ya es un primer paso. Tener en consideración su importancia y hacer algo al respecto sería el siguiente. Si no nos sentimos capacitadas para abordarlo, podemos pedir la orientación de un profesional cualificado o asociación especializada en el tema que pueda acompañarnos en este proceso.

En confinamiento o sin él, poner conciencia en nuestra relación con la comida es un acto de responsabilidad.